al encontrarse en un bosque paralelo,
una ave herida y un hada de la foresta”
-Buenos días pajarito - saludó el hada- ¿Qué te sucede?, veo que tienes las alas rotas
El ave la miró deslumbrado, la vio brillando en medio del bosque, toda verde, translúcida, tenía la piel muy blanca, casi etérea, y su pelo dorado le caía en bucles en armonioso desorden
-No han sabido cuidarme, hermosa hada- le dijo triste- siempre he dado lo mejor de mí y me han pagado mal
-Sé bienvenido a mi bosque -le dijo- veo que no han sabido amarte, yo te voy a cuidar
-Pero no tendré con qué pagarte - respondió desconsolado
-No te preocupes -le sonrió- solo con tus plumas me basta, porque son las más hermosas que jamás he visto y porque con ellas puedo seguir dando vida a mi magia.
El avecita se entristeció, esa hada no le estaba prometiendo su amor, porque ella ya había entregado su corazón, lo tenía henchido de amor por el Rey de los Bosques, amo y señor de todos los códigos, que también la amaba profundamente.
Y puesto que la amaba, la dejaba recorrer los bosques a su libre albedrío y esparcir su magia por todos los rincones, porque sabía que así era felíz.
-Así sea – dijo al fin el ave, llenándose de esperanzas
Y sucedió que el ave y el hada se hicieron amigos, vieron que ambos compartían el poder de derramar magia, porque ambos tenían alas para volar, porque se potenciaban el uno al otro, porque juntos lograban cambiar el curso de los acontecimientos como si fueran solo uno, solo con volar.
Y así pasó algún tiempo en que disfrutaron de sus mil prodigios, de sus correrías apasionadas de almas encontradas en este bosque de mil artilugios, hasta que un día, el ave se preguntó si todo esto valía la pena, era tanta su sed de amor que cuando comprendió que ella jamás le daría su corazón, decidió dejarla.
-Adiós – le dijo el ave- agradezco tu tiempo y tu dedicación, has cuidado de mis alas y estoy mejor, pero debo ir en busca del amor
Y ella palideció, no entendía que el ave no quisiera otra cosa más que su corazón, lo miró con el rostro empapado en lágrimas, no comprendía que tuviera que irse.
Toda ella lloraba, lloraban sus alas de cristal, lloraban sus cabellos, lloraba su piel de ángel hasta que sus lágrimas formaron un río de lágrimas de diamantes de tristeza.
-Pero si yo te amo – alcanzó a decirle
Sé que no me amas de verdad, amas mis plumas y mi vuelo rasante sobre tu cabeza, amas la magia que derramamos cuando estamos juntos, amas la sombra que proyectan mis alas en medio de los árboles, pero tú nunca has mirado dentro de mis ojos, por eso no puedes amarme de verdad, porque eres un hada, y puesto que lo eres, nuestros idiomas son diferentes y tu corazón no me pertenece.
Dicho esto, emprendió el vuelo más enojado que triste porque pensó que había perdido su tiempo.
-Pobre fantasía- fue lo último que se le oyó murmurar calladamente
Y olvidando para siempre los momentos juntos y lo mucho que ella le quería, se marchó en busca de un ave semejante a él que lo pudiese amar.
-El hada lo miró alejarse desde su foresta.
Y se quedó muy sola porque esa ave era su alegría, la dicha de sus días y la luz de sus mañanas, porque su corazón era más simple y noble, porque dentro de su lógica había demasiados colores, no solo blancos y negros como solo ven los ojos de las aves, porque pensó que podían seguir siendo solo amigos, compañeros de vuelo, tejedores de ilusiones, pero el ave nunca lo entendió, solo estaba empecinado en encontrar consuelo.
De vez en cuando se ve al hada, que aunque nunca pierde la sonrisa, sigue algo triste en medio de las hojas, pero rodeada de los habitantes de la foresta que la llenan de elogios y la colman de alegrías, sin embargo le extraña porque no logra comprender cual fue el error y sueña encontrarle de nuevo, en algún lugar del bosque
No se ha vuelto a saber de aquella avecilla que solo quería encontrar el verdadero amor, de vez en cuando se oye el murmullo de su vuelo que el hada logra oír a través de las miles de hojas de aquel bosque interminable.
De vez en cuando se le ve también, surcando los cielos, ahora con sus alas extendidas en todo su esplendor, sin percatarse que él tampoco, en el tiempo que pasó a su lado,
en sus muchos vuelos prodigiosos ni en sus miles de sortilegios encantados,
miró nunca jamás al hada,
verdaderamente a los ojos”.
-Buenos días pajarito - saludó el hada- ¿Qué te sucede?, veo que tienes las alas rotas
El ave la miró deslumbrado, la vio brillando en medio del bosque, toda verde, translúcida, tenía la piel muy blanca, casi etérea, y su pelo dorado le caía en bucles en armonioso desorden
-No han sabido cuidarme, hermosa hada- le dijo triste- siempre he dado lo mejor de mí y me han pagado mal
-Sé bienvenido a mi bosque -le dijo- veo que no han sabido amarte, yo te voy a cuidar
-Pero no tendré con qué pagarte - respondió desconsolado
-No te preocupes -le sonrió- solo con tus plumas me basta, porque son las más hermosas que jamás he visto y porque con ellas puedo seguir dando vida a mi magia.
El avecita se entristeció, esa hada no le estaba prometiendo su amor, porque ella ya había entregado su corazón, lo tenía henchido de amor por el Rey de los Bosques, amo y señor de todos los códigos, que también la amaba profundamente.
Y puesto que la amaba, la dejaba recorrer los bosques a su libre albedrío y esparcir su magia por todos los rincones, porque sabía que así era felíz.
-Así sea – dijo al fin el ave, llenándose de esperanzas
Y sucedió que el ave y el hada se hicieron amigos, vieron que ambos compartían el poder de derramar magia, porque ambos tenían alas para volar, porque se potenciaban el uno al otro, porque juntos lograban cambiar el curso de los acontecimientos como si fueran solo uno, solo con volar.
Y así pasó algún tiempo en que disfrutaron de sus mil prodigios, de sus correrías apasionadas de almas encontradas en este bosque de mil artilugios, hasta que un día, el ave se preguntó si todo esto valía la pena, era tanta su sed de amor que cuando comprendió que ella jamás le daría su corazón, decidió dejarla.
-Adiós – le dijo el ave- agradezco tu tiempo y tu dedicación, has cuidado de mis alas y estoy mejor, pero debo ir en busca del amor
Y ella palideció, no entendía que el ave no quisiera otra cosa más que su corazón, lo miró con el rostro empapado en lágrimas, no comprendía que tuviera que irse.
Toda ella lloraba, lloraban sus alas de cristal, lloraban sus cabellos, lloraba su piel de ángel hasta que sus lágrimas formaron un río de lágrimas de diamantes de tristeza.
-Pero si yo te amo – alcanzó a decirle
Sé que no me amas de verdad, amas mis plumas y mi vuelo rasante sobre tu cabeza, amas la magia que derramamos cuando estamos juntos, amas la sombra que proyectan mis alas en medio de los árboles, pero tú nunca has mirado dentro de mis ojos, por eso no puedes amarme de verdad, porque eres un hada, y puesto que lo eres, nuestros idiomas son diferentes y tu corazón no me pertenece.
Dicho esto, emprendió el vuelo más enojado que triste porque pensó que había perdido su tiempo.
-Pobre fantasía- fue lo último que se le oyó murmurar calladamente
Y olvidando para siempre los momentos juntos y lo mucho que ella le quería, se marchó en busca de un ave semejante a él que lo pudiese amar.
-El hada lo miró alejarse desde su foresta.
Y se quedó muy sola porque esa ave era su alegría, la dicha de sus días y la luz de sus mañanas, porque su corazón era más simple y noble, porque dentro de su lógica había demasiados colores, no solo blancos y negros como solo ven los ojos de las aves, porque pensó que podían seguir siendo solo amigos, compañeros de vuelo, tejedores de ilusiones, pero el ave nunca lo entendió, solo estaba empecinado en encontrar consuelo.
De vez en cuando se ve al hada, que aunque nunca pierde la sonrisa, sigue algo triste en medio de las hojas, pero rodeada de los habitantes de la foresta que la llenan de elogios y la colman de alegrías, sin embargo le extraña porque no logra comprender cual fue el error y sueña encontrarle de nuevo, en algún lugar del bosque
No se ha vuelto a saber de aquella avecilla que solo quería encontrar el verdadero amor, de vez en cuando se oye el murmullo de su vuelo que el hada logra oír a través de las miles de hojas de aquel bosque interminable.
De vez en cuando se le ve también, surcando los cielos, ahora con sus alas extendidas en todo su esplendor, sin percatarse que él tampoco, en el tiempo que pasó a su lado,
en sus muchos vuelos prodigiosos ni en sus miles de sortilegios encantados,
miró nunca jamás al hada,
verdaderamente a los ojos”.