Es inevitable pensar en rostros cuando se comienza un relato en el blog.
La mente se llena de imágenes de personas conocidas o anónimas, de los rostros que están tras la pantalla, los que sonríen, los que recuerdan o se emocionan con algo que uno escribe.
Este es mi post número 50.
Comencé esto en Julio motivada en parte por el efecto Villouta y su destape en el diario y en gran medida también por la intervención de la Shibuya, genio y figura que abrió ante mis ojos esta ventana inexplorada y llena de sorpresas.
La
Shibu es a estas alturas una compinche, una suerte de alter ego, un genio incomprendido cuyas letras derraman irreverencia y pasión artística, es un verdadero talento, es mucho más que la polola de mi hijo menor.
Es inevitable que piense en ella también cuando escribo, en su carita redonda y sus ojos chinos.
Pienso en mi
Shimoda también, mi príncipe de la colina, amor eterno y compañero de años, el mago que cristaliza mis sueños y en sus escritos que solo vierten ternura.
Es inevitable que piense en mis
bro, y en todos aquellos amigos que saben de lo que hablo cuando escribo y se lo gozan.
Pero cuando me siento frente al teclado, y por más que trate de evitarlo, en quienes más pienso es en ustedes, los habitantes de la blogósfera, los que dejan comments, los que escriben a diario o semanal o muy seguido, los que mantienen un blog con el mismo amor que yo mantengo el mío.
Cómplices de sentires y artífices de sueños e idolatrías, a veces mudos y otras muy presentes.
Pienso en esos a los que leo, cuyos blogs me sobrecogen, cuyas letras me llevan por una montaña rusa de sentimientos, en aquellos cuyas palabras me hacen temblar frente al teclado y palpitar el corazón y me hacen hundir en ensueños y calideces.
Pienso, por ejemplo, en
Davinia, en sus bellos ojos de ángel que se entornan dolorosos para traspasar de sus dedos las letras a la pantalla y de la pantalla a sus corazones ausentes, allá lejos, en su España otoñal.
Pienso en
Gala, en como he llegado a conectarme tanto con esta desconocida de escritura cruda y potente, en como traspasa con maestría sus dolores a las letras.
Pienso en
Indianguman por allá tan lejos, despierta cuando en este lado del hemisferio todos duermen, y que en su vigilia derrama versos de tierra gélida y envueltos en nieve finlandesa.
Pienso en la
Marcylor y el
Esteban, encontrados como por arte de magia en este bosque paralelo, conectados por este hechizo tecnológico, haciéndonos partícipes de este romance de blog desde sus inicios, cual estrellas de una farándula sostenida solo en símbolos.
Pienso en
Pepet y su elegancia de Barón europeo, enamorando corazones con sus fábulas y leyendas forjadas entre líneas.
Pienso en el Señor
K y en su atmósfera seductora, en su letra maestra, filosa, soberbia y atrapante.
En el profe
Carvallo, en sus correrías nocturnas deleitándonos con su chispa, su encanto de juglar moderno y sus aventuras de medio poeta.
Pienso en la
Fabiola, conservando su identidad chilena más allá del Atlántico, en lo mucho que me hace reír con sus locuras, en cuan cerca nos hace sentir
En el
Tontograve, y no solamente porque sea mi hermano, sino por la notable clarividencia y nostalgia con que clavan sus palabras.
Pienso en El
Cuervo, en mi cuervo, en como he llegado a amar las letras de éste pájaro de ébano, en sus no comentarios, en su anonimato que despierta mil conjeturas, en esa pasión que desborda en su prosa poética y que tiene hechizadas a decenas de chicas blog. A mí.
Claro que pienso en el cuervo, mi amor a primer blog, y por cierto, el único.
He obviado a varios, y lo siento, más que nada por no hacerlo tan extenso, pero pienso también en tantos otros que me acompañan cada día y que a modo de cariño y agradecimiento les he puesto un link en mi página para poder llegar con mayor rapidez a sus hojas hermosas, Judas, Hetsah, Claudia Ángel, mi despistada, Caín, Gwaihir, Anastassia y tantos más.
Este es mi post número 50.
No sé cuando va a parar todo esto, tal vez cuando la angustia de no saber que más escribir termine abatiendo el ingenio y el temple.
Tal vez prenda un día el Pc y no encuentre más la Casa del Castor quizá por algún antojo o nueva disposición de blogger (ante esto siempre es bueno un respaldo)
Tal vez lo termine hoy mismo, con este escrito número 50, que nace como siempre, de mis cavilaciones interminables y de mi caminar junto a ustedes.
Tal vez no termine jamás porque cada día que pasa es fuente de inspiración, cada instante en sí mismo lleva intrínseco el germen de la musa dormida.
Cuando comencé este blog lo hice con un poema que escribí el año 96, “Él a veces cae”, fue a modo de ensayo cuando nadie conocía todavía La Casa del Castor y aún se puede ver al inicio de esta misma página (no hay que ir a los archivos), después de eso no he hecho otra cosa que escribir desde lo más sincero, cada letra plasmada es parte absoluta de mi ser, mis rabias, mis poemas, mis dolores, mi estrofa de Fito, mis tareas pendientes, mis años 80, los recuerdos, la guachaca que llevo dentro, mis canciones, mi amor desbordante, mi pequeño gran mundo mágico, nada prescindible, al menos para mí.
Cuando abrí este blog fue únicamente para vaciar mi alma, escribir solo para mi, pero ya veo que no puedo, porque como El Cuervo me dijo un día...mis letras no me pertenecen.
Hoy, después de tantas líneas arrojadas al viento y alojadas en la calidez de esta casa de roedor, de este amor de blog, me detengo un instante.
Hoy no hago otra cosa que pensar en ustedes, en sus rostros, en sus miradas titilantes frente a la pantalla, y reconocerme en cada uno de vosotros.
Porque hoy, con la perspectiva que me da el tiempo, y el cariño desplegado en tantos relatos, creo que seguiré escribiendo y pensando en como haré día tras día para no hacer otra cosa que cumplir sus voluntades.
Mis cariños de siempre. Kiantei