Hace poco un gran amigo me hablaba sobre el valor de lo cotidiano, sobre cuánto extraña en sus

días la rutina olorosa del café en las mañanas, las manos amorosas que le peinen el cabello al pasar descuidadamente, trasplantar una flor a un macetero entre dos, bañar juntos al perro, hacer el almuerzo en pareja, despertar un domingo y verle ahí, a su amor en la cama, sin peinar, sin la belleza producida, apenas con esa belleza natural de quien recién se despierta...y amarle de igual forma...
Yo, por mi parte y a este lado del océano, solo podía contemplar sus letras sin lograr entender del todo su necesidad, sin sopesar con fidelidad la carga de emoción que él ponía a cada uno de estos hechos...y no porque me fuera difícil comprenderlo, sino porque al vivirlos durante tantos años, ya casi no me detenía en admirar el valor inmenso de cada uno de esos instantes...hasta que percibí mediante la necesidad inmensa que él tenía de ellos, cuán inmenso también es el valor de lo cotidiano.
Tanto se teme a la rutina que se ha logrado desvirtuar su valor al punto de contemplarla como el peor enemigo para la vida al mirarla en clave del aburrimiento... cuando en realidad es todo lo contrario.
Si pudiésemos parar un instante para mirar nuestra vida hacia atrás veríamos con cariño y sorpresa que aquellos instantes de mayor felicidad fueron precisamente esos que estuvieron cargados con la magia de la cotidianeidad y no los otros...los de las emociones fuertes:
Los programas que veíamos de niños, los juegos con los amigos de la infancia, la comida de mamá (como nadie nunca la ha logrado hacer), las tardes en el colegio, las misas obligadas, las reuniones familiares, las navidades, el diario del Domingo, amamantar al bebé, mudarlo, el perro jugando, el gato ronroneando, en fin...
Y entonces lo entiendo, entiendo que es la rutina, el aroma cotidiano el que teje nuestros días, el que ordena nuestras formas, el que le da sentido a nuestros fondos, el que forma nuestros hábitos, el que arma nuestra historia, la cotidianeidad habla de lo que somos, de lo amorosos o difíciles que podemos llegar a ser, de cuán fácil y llena de cariño le podemos hacer la vida al otro.
Hoy aprovecho un poco esta fiebre que me tiene en cama, esta tos y esta congestión que no me deja respirar ni ir al trabajo para mirar por sobre los tejados de las otras casas, para ver como se evaporan las humedades con este sol de Julio que promete primavera, para ver a los gatos lamiéndose las patas, para ver Tom y Jerry con el mismo entusiasmo que lo veía de niña y observar, observar mi dormitorio, mi casa, las fotos de los niños, los libros, los cojines que yo misma hice, el tejido que nunca terminé, y sonreír, sonreirle a la magia de lo cotidiano, al detalle pequeño que ha hecho mi vida felíz...
Me tomaré la limonada para sentirme mejor y quedarme en este poema de Neruda que transcribo aquí para ustedes y seguir disfrutando de la gripe (a estas alturas bendita) que me ha hecho comprender a mi lejano amigo y mandarle en un beso y en este escrito mi cariño cotidiano, el de cada día.
ODA AL DÍA FELIZ
(Pablo Neruda)
Esta vez dejadme ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente que soy feliz
por los cuatro costados del corazón,
andando, durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy feliz.
Soy más innumerable que el pasto en las praderas,
siento la piel como un árbol rugoso
y el agua abajo, los pájaros arriba,
el mar como un anillo en mi cintura,
hecha de pan y piedra
la tierra el aire canta como una guitarra.
Tú a mi lado en la arena eres arena,
tú cantas y eres canto,
el mundo es hoy mi alma, canto y arena,
el mundo es hoy tu boca,
dejadme en tu boca y en la arena ser feliz,
ser feliz porque si,
porque respiro y porque tú respiras,
ser feliz porque toco tu rodilla
y es como si tocara
la piel azul del cielo y su frescura.
Hoy dejadme a mí solo ser feliz,
con todos o sin todos,
ser feliz con el pasto y la arena,
ser feliz con el aire y la tierra,
ser feliz, contigo,
con tu boca,
ser feliz.