
De eso estoy segura. El día que parta se me va a borrar la sonrisa para siempre.
No voy a volver a sonreír porque de su alegría se han forjado mis años mejores.
No me interesa lo que haya hecho antes de que yo naciera porque desde que yo nací nació ella también para mi.
Y ahora, mucho antes de que parta, ya extraño el aroma de su ropa y el taconeo de sus zapatos, ya necesito su andar cortito, su tacto amoroso y sus bailoteos de mambo habanero al ritmo del ronroneo de su gato, extraño ya desde mucho antes los cuentos de mi infancia adornada de caracolas de mar, la historia de las gaviotas que me enseñó a mirar y el aplauso sonoro de sus alegrías al compás de mis primeros logros.
No voy a volver a sonreír pues solo con mi pena podré tasar la medida de su ausencia y el cantar que me hará falta, porque ya me pesa la garganta de tantas lágrimas que está juntando, porque me duele con anticipación la carencia del toque de sus manos de árbol y el perfume de tanta vida que ya lleva cargando. Sé que debo prepararme pero no sé como haré para volver a sonreír
Sé que le gusta estar sola porque siempre ha sido así su tránsito, midiendo el tiempo, templando el alma, caminando de puntillas para alegrarnos las horas malas, esas en los que solo ella estaba para sostenernos, en las que silbaba de lejos para que saliéramos a su encuentro, trayéndonos sorpresas, cariño, tiempo.
Dios, no quiero ni pensarlo, cómo devolver el tiempo, cómo conseguir que no sean 80 sino 50...40...20...y sé que pudiendo tantas cosas eso es algo que no puedo.
Sé que seguirá pasando el tiempo en su inminente embestida, que no habrá nada que pueda hacer más que intentar enriquecerme en el dolor, recordar con cariño, besar sus cosas para no dejarla jamás escaparse de mi alma y en un rincón sumergida en lo más profundo de mi pena me sentaré a pensar en ella el día en que no volveré a sonreír.