Si no he escrito es porque no he tenido tantas ganas, porque pensé (y deseé) por tanto tiempo quebrarme una pata a propósito para pasar una temporada en casa tranquila que ahora que ha sucedido (y casualmente) se me ha venido un cúmulo de angustias a la cabeza y el peso del año completo y me he quedado inmóvil, mirando el paisaje, impávida sin saber por donde comenzar o recomenzar o recapitular.
Ha sido un largo invierno, el más largo que he pasado jamás y estoy segura que esto le ha sucedido a gran parte de los que vivimos en esta capital, que muchos de nosotros, de los que incluso gozamos bajo la lluvia y hasta nos brotan las letras mejores entre la bruma y la llovizna ya estamos algo hartos de tanto hielo.
Es así, por estas fechas muchos de nosotros empiezan a aromarse de Septiembre, entre la danza mítica de los volantines del parque o de las poblaciones polvorientas, el oleaje de los ciclos que nos reverdece los pastos, nos carga de rosado los cerezos de todos los caminos, la inminente celebración de nuestras fiestas Patrias entre las humaredas de los asados del Parque O´higgins impregnado del aroma dulce de la chicha, el anticucho y la empanada.
Es como estar despertando de un sueño de hielo que aún no se decide a partir, que un día nos regala una mañana luminosa y otras (porque aún es Agosto) nos sumerge de nuevo en los grados bajo cero y las diez estufas encendidas para poder entibiar un poco los ámbitos ya secos de tanto encierro.
Me iré, seguro que apenas salga el sol y me saquen este yeso de la pierna me iré, a cualquier parte, a cualquier sitio donde pueda retomar y en un intenso resoplido me beba todos los aires juntos que me hagan falta para esta segunda mitad del año.
Me iré tal vez a Isla Negra para caminar sin zapatos por la arena, lanzar estrellas de mar desde las rocas y hacer un brindis en la casa del poeta.
Me iré quizá a lo más alto del cerro para ver cómo despierta mi ciudad de la pereza de su invierno, cómo se sacude entre algodones de azúcar y remolinos de colores, para reírme con sus borrachos de la vega que endulzan con sus piropos al andar los adoquines de tantas calles viejas, me iré a dar un paseo en los barquitos de San Antonio para ver de cercas los lobos de mar y las gaviotas, pasearé en los ascensores viejos del Cerro alegre hasta ver el puerto entero hasta que caiga la tarde y sonreír, sonreír por lo que queda atrás, para retomar las ganas, para encantarme con lo poco, para besarte mil veces como cada mañanaa y cada noche de más de la mitad de mi vida y lanzar al mar en una botella los rescoldos del más largo y duro invierno.