El que pasó fue un año intenso.
Intenso en decepciones por sobre todas las cosas.
Decepciones que han traído como consecuencia no un ostracismo, como hubiese quizá preferido, sino una capacidad desconocida por desconfiar y agredir, por montar guardia y atacar e impacientarme ante el más mínimo afán de contradicción.
Y cuando uno se decepciona en un solo año mucho más de lo que se ha decepcionado la vida entera entonces el descanso se hace todavía más urgente y necesario.
Lo bueno, sin embargo, es que cada una de aquellas decepciones trae guardada la promesa de lo reversible.
Ha de ser quizá por mi confianza en el lado divino del ser humano o quizá esa mirada optimista de la vida y su continuo reinventarse.
Quien sabe.
Lo cierto es que para esta nueva cuenta regresiva del tiempo mi mirada se ha de centrar en recuperar el sabor perdido de tantas cosas.
En reencantarme con el poder sanador y constructor de la palabra escrita (otra gran decepción)
En fijar los ojos en las nuevas circunstancias que la vida presenta no como prueba de nada sino simplemente como lo que a cada cual le ha correspondido vivir y detectar en ello siempre más altos que bajos, más colores que grises, más brillos que opacidades.
Y cómo no poder si tengo entre mis brazos un Cicciolino de queso que crece y exige el mismo amor fecundo de la familia que más va a adorarlo en esta tierra.
Me remontaré al día de aquella dolorosa noticia sin decepcionarme una y otra vez del portazo de la vida atricherándome los sueños o del haberla recibido un día Miércoles y no un Viernes (por ejemplo) sin aventurar el tiempo que demoraría en levantarme de la hecatombe, la cantidad de lágrimas que derramaría o los días interminables que tardaría en digerirla entre las vísceras apretadas y el lado más oscuro del corazón.
Ya a estas alturas que más da.
Haré el intento de volver a enamorarme de tantas pérdidas y otros tantos duelos, enamorarme de las personas valiosas que por algún motivo desconocido dieron un giro inesperado a mis tiempos provocándome alguna decepción.
Y entenderlo tan solo como giros de la vida misma y de la caótica naturaleza que se abre paso.
El doloroso mutar de la piel de la serpiente no es más que la promesa inminente de una piel nueva, duradera, brillante y maravillosa.
Estoy contenta, a pesar de todo, muy cansada pero contenta.
Cómo no estarlo si los nuevos tiempos traen los vientos del reencantamiento y las nuevas energías, el volver a amar las letras en cada caer de un nuevo otoño, en la frescura de las lluvias de Abril, en el desafío de un año sostenido de trabajo arduo y en el secreto y esperado encanto de un Capullito de Primavera anidándose certero entre los pliegues de mi alma y mi corazón.
Sucumbo, por tanto, al hastío y el estío. Y para un muy anhelado descansar me entrego a la fe de los oleajes en la tormenta y en la calma.
Sin brújulas ni astrolabios... Sin timón y en el delirio.
Hasta un nuevo Marzo.
Nos leemos.