Nadie entendió nunca a esta criatura de fábula en la penumbra del mundo
Como si desapareciera de día y se encendiera de noche bañada de tormentos, balanceando sus angustias de amores desquiciados en la melancolía del ron.
Nadie entendió nunca el destello de su sonrisa de ave nocturna revestida de diosa, comprando con su breve pena el abismo de su alma, escondiendo por las noches el encanto viril de afeminada naturaleza del que se compadecía de día.
Había un cierto dolor en cada muestra suya de locura, en la sonrisa que dibujaba cada noche de carmín para contarle al mundo, en el disfraz de reina soñada, todas las ventajas ganadas al tiempo para no darle la posibilidad al llanto, soñando en cada paso el camino de su historia aspirada de violencia y condensada de todos los dolores del mundo.
Era la reina del cabaret, la que sobrevivía apenas en el deslumbre de sus lentejuelas hasta la noche en que le vio y abriéndose paso entre el humo y el perfume barato concentró su mirada en la mirada del hombre que la dejo sin aliento y asì, durante largo rato y sin saber por qué, sostuvo esa mirada, la sostuvo ilusa, como si no aventurara la hipocresía de su desdén, como si no estuviera ya acostumbrada a los caprichos de la noche.
Y sedienta de amor creyó en sus labios, le acaricio la sonrisa con sus dedos largos acostumbrados a la oscuridad y a las tinieblas y en el aroma trasnochado percibió la promesa del amor largamente esperado.
Puso orden a su mansarda de puerto, a su sucucho pobre sofocando el aire de su perfume ardiente, recogió las ropas puestas a secar en el cordel que atravesaba la habitación con el sigilo y la rapidez asombrosa de quien se ve intimidada por la propia miseria de su bruma, arregló sus cabellos, sus uñas y sus labios, e iluminó sus ojos de perra en celo casi con tanto esmero como lo hacía por las noches, se llenó de collares y pulseras y se sentó a esperarle en la ventana, sorbiendo su vino, sonriendo en la apuesta de su penumbra íntima, tejiendo futuros, atrincherada contra el destino y la vista fija en el horizonte.
Y mientras esperaba comenzó a escribir, a derramar versos como presagio y conjuro de su existencia, porque escribir era la sola calma que le ganaba a la angustia, luchando contra las horas para no derrotar en la espera el sueño nunca olvidado por años en su corazón.
Y continuó esperando ya sin saber por qué, aunque las horas pasaron y los días se contaminaron de ansiedad, porque le ilusionaba, porque veía en la espera del amor soñado el palpitante llamado a barrer con la suciedad de tantas noches de amoríos siniestros, de sueños de princesa al fin rescatada de su torre, de su existencia de pobre travesti concebido por las heces de su estirpe.
Nadie entendió nunca a esta criatura de fábula en la penumbra del mundo viviendo en el equívoco la tarde de mil esperas sin recompensa cuando decidió nunca mas volver a maquillarse, porque ya no cabía el color en los tintes desgastados de la mueca de su máscara ni el dolor atragantado que le trancaba la sangre.
Nadie entendió nunca a esta criatura de fábula en la penumbra del mundo hasta el final del crepúsculo fragoroso, con la paciencia devastada y el alma hecha pedazos y aferrándose a los recuerdos como última ofrenda antes de rodar hacia el abismo encendió un cigarrillo y suspiró.