"¡Pero que espanto.
Que terrible.
Que gran tragedia.
Que pena la gente...!"
Y sí, lo es.
Aparte de ser un espectáculo maravilloso, único y repetible quizá en cuantos años más para muchas familias ha constituido una desgracia de grandes proporciones.
Pero qué le vamos a a hacer si casi como una parábola de la vida misma nuestro territorio descansa en una franja de amenazante sonrisa volcánica dispuesta a despertarse en cualquier instante.
La vida misma, ni más ni menos, con sus altos y bajos de lavas y erupciones.
"Es que no estamos preparados"
Eso es lo malo, me digo, que aún sabiéndolo no estamos preparados ni estaremos nunca preparados, sabiendo que la única certeza con la que nacemos es que un día moriremos y sin embargo no estamos preparados.
Y siento que hay que hacerlo, preparse, prepararse para los cataclismos y debacles, para las intensidades y las hecatombes, preparados para todos los azotes que la vida nos quiera poner a nuestro paso.
De alguna forma debiéramos, claro que debiéramos.
"No estaba preparado para la enfermedad de mi madre, para la muerte de mi compañero, para la fatalidad de este destino, para esta existencia de blancos y negros, para el desamor o para la jungla volcánica de esta tierra de temblores y no ... no estaba preparado..."
¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi?
¿Por qué a ti?
¿Y por qué no?
Ultimamente me formulo ésta pregunta, he reparado en que mucha más gente en vez de preguntarse "Y por qué a mi" y caer en el desconsuelo y la infelicidad debiera preguntarse más: ¿Y por qué no?
Por qué no si estamos vivos, por qué no si nuestra telúrica existencia se debate en ires y venires, en altos y en bajos, en decepciones y ganancias y aún así nos sorprende siempre mal parados la pena y el desconsuelo.
Y por qué no si no soy inmortal ni mis partes son de acero.
Por qué no si mi piel y todo mi ser está latiendo en este mundo amenazante y vigoroso.
Por qué no, y así, en la certeza de que como todo puede suceder (tanto la fatalidad como los aciertos) es que vivo dispuesto a esta existencia de temblores internos y sacudidas que retuercen.
Aunque duelan.
Ya cada cual verá como teje sus dolores y lo que logra construir de ellos.
Quizá unos edifican más dolor sobre el dolor, quizá otros se consuelan con mayor rapidez y se levantan y fortalecen.
Quizá también me pregunte el día que la fatalidad llegue a golpearme y remezca sin medida el Porqué a mi .
Sin embargo, cada día intento pensar en ello, aprender de esta vida de desconsuelos, caídas y levantadas, de los dolores espantosos vividos por tantas madres y tantos pueblos, de los que escriben con el corazón seco y gris intentando entender por qué a ellos.
Yo intento aprender y sentirme viva porque siento que nada puede importar más que ello.
Saberse vivo y dispuesto al sufrimiento tanto como a las alegrías.
Y solo y únicamente porque estamos vivos, no hay otra respuesta más cierta.
Yo al menos me entrego a esta existencia finita para ser sacudida y levantada, caída y puesta de nuevo en pie, entregada a toda su intensidad de fuego salvaje y parranda convulsionada, a todas sus conmociones y espasmos para vivirla así ni más ni menos que en toda su grandeza volcánica.
Pues no queda otra.