En este día, al final del camino en que me he perdido en los ojos de un mentecato de mil destellos, en los cabellos revueltos de mi príncipe lejano restaurador de valiosísimas obras de arte, perdida en los sonetos de tantos rapsodas y envuelta en hojarascas de pavoroso realismo ha llegado mi momento de descansar, de dormir, de sumirme en el letargo del placer remoto de un descanso.
He de regresar, claro está, envuelta en torbellinos, para traer de vuelta como cada año caballitos de mar, cometas y asteroides de lejanas tierras y cantos de sirenas desde las costas del olvido; para volver a tejer el sol con mi bolsa de estrellas, desatando nudos y derribando muros.
Retornaré, claro que sí, encadenada a las bandadas de pájaros trayendo canastas de moras y frutillas, hilando preguntas, respuestas y leyendas acumuladas que deshojaré en cada uno de los lunares que beso hasta poder explicarmelo todo y volver a robarles el tiempo.
Después de un largo año al fin es hora de dormir un mes entero mientras confío en sus ojos generosos que comandaran la vigilia de mi pulso y mi respiración.
Me hundo pues en el sopor dulce de mi descanso, en los brazos amorosos que me acunan y en los rumores de cada esquina coronada de encanto donde puedo estar a salvo.
Me saco los zapatos y acomodo al fin mi almohada para recostarme flotando y busco en mi propio aroma el aroma de la canela para comenzar a deshilar las nubes de mi paz.
Descansarán por ahora las hadas y las musas, descansará el Señor Castor en su hogar acogedor donde siempre reina el invierno y nunca es primavera...
Y nos estaremos encontrando en los espacios tranquilos de nuestras letras regaladas y sin mayores ambiciones que verter nuestros corazones, más temprano que tarde, amigos míos, en las proximidades de un otoño cercano porque si de algo estoy segura es que pase lo que pase ... volveré.